Hace unos días estuve en Cuenca, una bonita ciudad cercana a Madrid. La visita me trajo muchos recuerdos, porque en mi adolescencia pasé un verano allí. De repente me acordé de algo que se me había olvidado por completo. Y es que durante aquella estancia tuve una experiencia que me había agobiado mucho. Me pregunté si había llegado el momento catártico de superar los miedos de entonces.
MIEDO A LAS ALTURAS
Hay un puente en Cuenca muy largo que salva una considerable brecha entre la ciudad y el otro lado del río. Es un lugar de paso obligado, porque desde él hay unas maravillosas vistas de la zona monumental.
Y, como habréis imaginado, aquél verano yo también acudí allí, con la intención de atravesar el puente.
No sé si llamarlo vértigo, el caso es que a mí me entró el pánico. Siempre me habían dado miedo las alturas.
Además, ese puente tiene la barandilla muy bajita, de manera que me sentí todavía más desprotegida.
Recuerdo que mi primera reacción al dar los primeros pasos en el puente fue tirarme al suelo y agarrarme a las tablas. Por supuesto, no lo hice, menuda vergüenza habría sido, pero allí me quedé, paralizada.
Entonces dije a mis compañeras: «Yo no paso. Me quedo aquí».
PERDIENDO OPORTUNIDADES
Y así fue. Me quedé en la otra orilla, mientras mi corazón golpeaba con fuerza, mirando como mis amigas se alejaban riendo.
Aquella tarde me perdí la excursión. Me quedé como un pasmarote al otro lado del puente esperando el regreso de las demás.
Por supuesto, aquello me agobió todavía más.
LA SEGUNDA VEZ
Antes de finalizar el verano, hubo una segunda ocasión de cruzar el puente.
Para entonces me había prometido a mí misma que tenía que superarlo.
Pero cuando di los primeros pasos, volvió a ocurrir lo mismo. Un miedo atroz se despertó de repente.
Pero, esta vez, yo estaba convencida de que tenía que hacerlo. No iba a consentir más burlas. Así que me cogí del brazo de una amiga y la dije que me ayudara a pasar el puente.
Cerré los ojos y, temblando, anduve de su brazo los cien metros largos que nos separaban de la otra orilla.
La ayuda me había venido bien, pero aún no estaba satisfecha.
LA TERCERA VEZ
Dicen que a la tercera va la vencida.
El caso es que hace unos pocos días volvía a enfrentarme al puente por tercera vez.
Pensaba que ya había superado el miedo a las alturas, pero fue empezar a cruzar el puente y comenzó a aflorar un poco de agobio.
La persona que me acompañaba se ofreció a cogerme del brazo, pero yo le dije que esta vez tenía que hacerlo sola.
Y con los ojos abiertos.
Así que, con una sonrisa congelada en la cara, emprendí la marcha. Por supuesto, me agarré a la barandilla, preguntándome cómo las personas que caminaban por delante de mí podían hacerlo tan despreocupadamente.
Hacía mucho viento y la sensación era que iba a salir despedida por la barandilla en cualquier momento.
Cuando llegué a la mitad del puente, empecé a sentir alivio. Los últimos metros sobre el abismo los recorrí más tranquila.
SUPERAR LOS MIEDOS
Ahí tenéis las fotos de la experiencia.
Pienso que si me volviera a tocar pasar el puente, probablemente sentiría un poco de miedo. Pero menos. Mucho menos.
Y si tuviera que pasarlo dos veces al día, acabaría por superar los miedos completamente.
Podría recorrer todo el trayecto sin agarrarme a la barandilla y tan tranquila.
Todo esto me ha hecho reflexionar sobre mis propios miedos. No solo este que os cuento, sino muchos otros que asoman de vez en cuando.
También pienso en vosotros, en cuáles pueden ser vuestros mayores miedos. Y en cómo pueden están impidiendo que avancéis, que hagáis las cosas que queréis hacer.
MI RECETA PARA SUPERAR LOS MIEDOS
En mi caso, la receta es enfrentarme a ellos.
Cuestionarlos.
Desmontarlos.
Me pregunto qué hay de verdad en ese miedo, qué hay de subjetivo.
Como empiezo a conocerme, a veces detecto los patrones que hay detrás de esos miedos.
Los patrones son los límites mentales o creencias que ciñen nuestra existencia. Los hemos creado para asegurar nuestra supervivencia. Movernos fuera de esos límites es lo que nos da miedo.
Así que, doy un pequeño paso. Veo que puedo seguir adelante. Doy otro pequeño paso. Vuelvo a asegurarme. Y así, hasta que me lanzo por completo.
Eso con aquellas cosas que me cuestan, que me dan un pelín de miedo.
Y es que ya no quiero perderme más oportunidades.
GRACIAS A LOS MIEDOS
Son un gran estorbo pero, la verdad, es que cuando consigues superar los miedos te sientes fenomenal.
Yo doy gracias a mis miedos por todo lo que me han enseñado.
Desde luego que son unos soberanos obstáculos, pero también han sido peldaños para ascender en el camino del autoconocimiento y ver las cosas que me suceden con mayor perspectiva.
Así que, queridos miedos: os acepto.
Ya sé que sois parte de mí.
La parte más oscura.
Vamos a caminar juntos de la mejor manera posible.
Y vosotros, ¿qué me contáis? ¿Cuáles son vuestros miedos? ¿Qué habéis hecho para superar alguno de ellos? Me encantará que dejéis vuestro comentario.
Os abrazo, María
GRACIAS
Gracias a ti Belén, por estar siempre ahí, aún en estos momentos tan especiales para ti. Un abrazo